Wednesday, May 2, 2012

Instante e impresión


Ella se estaba tocando cuando yo pasé, se tocaba con pericia y en desorden, se apretaba y se rozaba, como si sus manos fuesen el viento o la lluvia o el deseo, de hecho, eran todo eso y mucho más.
No se inmutó cuando me vio, siguió tocándose impunemente, sin decoro, pero me vio y me miró, fijamente, yo la miré con la profundidad con que se mira en la oscuridad, y ella siguió tocándose y yo, yéndome. 
Nunca me doy vuelta para ver, pero esta vez lo prohibido era tan atractivo que, aunque se me hubiera advertido sobre un futuro de estatua (de sal), me hubiese vuelto, porque necesitaba ver para seguir creyendo e irme a la hoguera de mi cama con ese rostro extasiado e imaginar todo lo demás, el derrotero de la mano, la sublevación del agua, el hervor de la sangre, el sudor bebible, el gemido y el goce último y sagrado.
Así que miré y ella seguía mirándome, o quizá, me miró en el exacto instante en que yo volteaba para ver, y el espacio que nos separaba era como un sendero de fuego, lo digo de verdad, esto no es una metáfora: de ella a mi, un calor agobiante me entraba por los poros y mi cabeza se puso muy pesada.
El único tramo de piel que le recuerdo es algo de su teta izquierda y su mano fina sobre ella. También su rostro, claro, su gozoso rostro. Y ahora la sigo buscando, como se busca, desesperadamente, aquello que en el sueño intuimos el signo de nuestra salvación.

Imagen: Mikael Vojinovic (Flowers fevers)

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