Thursday, September 15, 2011

La fiesta es interminable


En esta ciudad Hemingway es eterno. Eterno, mientras delira sobre el amor, sobre la muerte, y nunca suelta la copa. La guerra es su sombra. Nosotros, maravillados en su boca encendida de absenta, como si dijese todos los misterios del mundo. ¿Quién quiere estar en Malibú? me pregunto entre dientes. Algo del mundo empieza a resquebrajarse.
En esta ciudad, en la que Hemingway es eterno, todo se contagia. Las melodías de Cole Porter, los rinocerontes de Dalí, los ópalos que en el Norte Imperial no valen nada, las fiestas eternas, el amor eterno.
En esta ciudad, que podría no llamarse París, desde el primer sol hasta la última luna se repiten como los ecos incansables del beso más dulce. Dejarse tocar por la lluvia, andar por los puentes, sin prisa. En un bar, sin prisa, espera Hemingway cada noche y siempre nuevo. Piensa que quizá, no vale la pena cuestionarse demasiado la duración de las guerras, la eternidad de la fiesta.

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