Thursday, January 12, 2012

Sueño que retumba



Pasó, no como un rayo, aunque ella nunca pasa inadvertida. Pasó con su galantería, su delicadeza y a la vez, con ese desparpajo propio de las que saben que lucen, con vestido o con jeans, muy cubiertas o en pelotas. Pasó, con su sonrisa interminable cargada de dolor y su pelo tan rojo. Yo estaba ahí y le grite bruscamente: “Estoy enamorado de vos, Cristina”. Porque así se llama, en la vigilia y el sueño, la mujer fuerte y la suave, la inquebrantable y la frágil, la poderosa y la inerme, la soberbia y la mansa.
Ella misma, una y muchas, me miró, con la fina ironía, a veces tan incisiva y cruenta, me miró apenas de reojo, con picardía y altivez y displicencia, y dijo: “mmmmmmmmmmmmmmmmmm”, sólo “mmmmmmmmmmmmmm”, apretando mucho los labios, nada más.
Nadie puede considerarse privilegiado porque la mujer que ama le dedique un escueto “mmmmmmmmmmm”, una sola letra repetida que no dice nada (o dice todo), y la vi alejarse por la calle preparada especialmente para su paso de viento y temblor, pero sin alfombra roja, su pelo era rojo, mientras otros/otras/otritos esperaban en la vereda opuesta para gritarle algo que le declarase su amor particular, los amores particulares que sumados hacen el amor popular, una frase o una palabra, algunos con la mudez propia de las “apariciones”, otros con saladas lágrimas y llanto imparable y moco. Ella, su sonrisa y su dolor, su mano, que no hace magia, pero sabe aliviar la llaga, como un árbol en pleno desierto. 

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